La
gran noche de carnaval ha terminado y las calles han quedado
abandonadas. Pronto amanecerá, mas de momento reinan las tinieblas.
Los disfrazados han dejado tras de sí una estela de botellas rotas,
vómitos en cada esquina y, a juzgar por la humedad del suelo, se
diría que ha llovido durante horas si no fuera porque el hedor
evidencia que no es agua lo que forma los charcos. La ciudad muestra
hoy su rostro más decadente, y verlo me entristece. Siento decepción
y desengaño. Pero no importa. Enseguida lo olvidaré.
Voy atravesando
las callejuelas lentamente, sin prisa, mirando a mi alrededor en
busca de algo digno de contemplarse, en busca de una visión que me
haga sonreír. Todavía llevo puesta parte del disfraz. Me he librado
de la casaca porque me estorbaba, pero aún conservo la peluca con
largos bucles como velas negras, el sombrero pirata y el garfio de
plástico ocultando la mano. Sin el abrigo quedan al descubierto las
mallas verdes y el jubón de hojas secas, con lo que debo resultar
algo cómico, pero al fin y al cabo de eso se trataba.
Desde el balcón
de un segundo piso, una niña pequeña, que tal vez se haya levantado
a por un vaso de agua, se me queda mirando de arriba abajo con sus
alegres ojos castaños. Abre el gran ventanal para contemplarme
mejor.
—Niño, ¿quién
se supone que eres? —me pregunta curiosa mientras alarga el brazo
para intentar acariciar las plumas de mi sombrero
—Peter Pan
disfrazado del capitán James Garfio.
—Qué
ocurrencia —exclama entre risas—. ¿Te has disfrazado de Peter
disfrazado de Garfio? Es como si llevaras dos disfraces. Eres muy
raro.
—Perdona... No
había entendido tu pregunta. Sólo voy disfrazado del capitán
Garfio —le aclaro un tanto molesto. Y luego sigo mi camino. Pero ya
me siento mejor.
Está
amaneciendo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario